Un vistazo a los refrigerios escolares que deberían nutrir… y no dañar
Cada día, miles de estudiantes en colegios públicos reciben un refrigerio como parte de los programas institucionales de alimentación. Se supone que estos refrigerios deben apoyar el desarrollo físico y cognitivo de niñas, niños y adolescentes, sobre todo en contextos donde muchas veces llegan al aula sin haber desayunado. Sin embargo, la realidad en el terreno revela una situación alarmante: los productos que están recibiendo muchas veces están lejos de ser saludables o nutritivos.

Desde Mi Cole hemos empezado a documentar y visibilizar esta problemática, no con el fin de atacar, sino de poner sobre la mesa un asunto que afecta directamente la salud de las comunidades educativas. Hoy queremos hablar de lo que sucede en los salones, en los recreos y en los comedores escolares, a partir de tres productos reales entregados en un colegio de Bogotá.
La gelatina “de pata” que endulza… ¿demasiado?
Uno de los productos entregados como parte del refrigerio es una gelatina de pata de res, marca Banana. Este tipo de gelatina es presentada como una opción “nutritiva” por contener colágeno, pero la verdad es que su composición nutricional está dominada por altos niveles de azúcar refinada. De hecho, según análisis de productos similares, estas gelatinas pueden tener entre un 70% y un 80% de azúcar en su contenido total.
A pesar de su textura firme y su apariencia atractiva para los niños, no tiene un verdadero valor nutricional integral. La Organización Mundial de la Salud (OMS) recomienda que los niños no consuman más de 25 gramos de azúcares añadidos por día. Una sola porción de esta gelatina puede superar esa cantidad.
“Nos dicen que es nutritiva, pero los chicos se quejan del sabor empalagoso y varios ni siquiera se la comen. A veces la botan completa”, cuenta una docente que ha registrado esta situación con preocupación.
Además, el uso de saborizantes artificiales y colorantes en su composición puede generar rechazo en algunos estudiantes e incluso reacciones alérgicas. La pregunta es: ¿quién en la Secretaría de Educación y en los colegios está verificando lo que realmente contiene esta gelatina y si cumple con estándares de calidad nutricional para menores de edad? ¿Sí esto sucede con los estudiantes de la capital colombiana, qué pueden estar recibiendo estudiantes de las zonas más apartadas del pais?
Néctar de fruta que es más azúcar que fruta
Otro producto distribuido como parte del refrigerio es un néctar de fruta de la marca Earth Food. El nombre puede sonar saludable y “natural”, pero basta con leer la etiqueta para comprender que se trata de una bebida con bajo porcentaje de fruta real y altos niveles de azúcar añadido, acompañados de conservantes, colorantes y saborizantes artificiales.
En lugar de ofrecer a los estudiantes una fuente de hidratación y vitaminas, estos néctares comerciales funcionan como bombas de calorías vacías. Muchas veces tienen más parecido con una gaseosa diluida que con un jugo de fruta natural. Además, el consumo habitual de estas bebidas puede derivar en problemas como caries dental, obesidad infantil, desregulación del azúcar en sangre y otros trastornos metabólicos.
“Hay niños con antecedentes de diabetes en sus familias. Este tipo de productos debería estar prohibido en un espacio escolar”, dice una acudiente indignada.
El peor error es pensar que, por tener una fruta dibujada en la caja, es saludable. Esta es una forma de marketing engañoso que afecta sobre todo a los hogares más vulnerables, que confían en la supuesta calidad nutricional de estos productos distribuidos en la escuela.
La amojábana ultra procesada
Otro componente habitual en los refrigerios es la amojábana, un producto tradicional colombiano hecho de queso y harina de maíz. Sin embargo, la versión entregada en los colegios no es la que se hace en casa o en una panadería artesanal. Se trata de un producto industrial, ultra procesado, cuya textura es blanda, su sabor poco natural y que viene envasado en plástico.
Este tipo de amojábanas contiene grasas saturadas en exceso y niveles muy altos de sodio. La grasa puede provenir de mantecas industriales o aceites vegetales hidrogenados, mientras que el sodio es usado como potenciador de sabor para compensar la baja calidad de los ingredientes. ¿Qué consecuencias tiene esto en una dieta infantil? Posibles trastornos cardiovasculares a largo plazo, hipertensión, retención de líquidos y una peligrosa normalización del sabor salado y graso desde la infancia.
Además, el contenido calórico suele ser alto, pero el aporte real de proteínas, vitaminas o minerales es mínimo. En otras palabras, llenan el estómago pero no nutren el cuerpo ni el cerebro.
¿Quién está vigilando la calidad?
Todos estos productos forman parte del Programa de Alimentación Escolar (PAE) o de contratos con operadores privados. Aunque en el papel estos programas deben cumplir con estándares nutricionales definidos por el Ministerio de Educación y el ICBF, la supervisión real parece deficiente. Muchos docentes y familias reportan alimentos de baja calidad, en malas condiciones o que no son apropiados para los estudiantes.
La pregunta es: ¿cómo se están gastando los recursos públicos destinados a la alimentación escolar? ¿Qué criterios se están usando para elegir a los operadores? ¿Quién responde cuando un niño se enferma o simplemente no quiere comer lo que le dan?
Desde Mi Cole alzamos la voz
Mi Cole nació como una herramienta tecnológica para mejorar la comunicación entre familias, docentes y colegios. Pero también queremos ser una plataforma de defensa, una voz colectiva que denuncie lo que está mal y proponga caminos de mejora.
Hoy alzamos la voz porque entendemos que el derecho a la alimentación saludable es parte del derecho a la educación digna. Si un niño o niña no come bien, no puede aprender, no puede concentrarse, y su desarrollo físico y mental se ve comprometido. Callar ante esta realidad sería ser cómplices.